EsParaTraposdePapel

Historias basadas en hechos reales... e irreales.
Cualquier parecido con la realidad, es fruto de la ficción, de la fricción o de la mente mental.
Aquí , a veces, se rompe la netiqueta sobre la ironía, este blog no derrocha ironía... supura ironía.
El resto de reglas de netiqueta, valen.....de momento.
Y si no te gusta, no te nervies, que es para trapos de papel.

17 de julio de 2014

Historias de verano: sembrando dilemas....

Mientras organizaba desde el carro de curas el material que iba a necesitar, con el modo semiautomático activado, hacía un ejercicio de fortaleza. Preparaba la “barrera emocional”, para que su trabajo no se viese azotado por la pasión de esa “justicia divina” que todos queremos que reine en el universo.
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Conocía a Germán, su paciente, al  que no soportaba desde lo más profundo de su ser. Eran diez años ya, los que llevaba en la consulta, al igual que su esposa, que había llevado esa década de otro modo más callado,más largo, más penoso.

Tenía el material listo, pero seguía de espaldas a la camilla, terminando de poner la coraza. Sabía cómo era la mirada de ese hombre, que ya no era ni la sombra de su pasado: fría, temeraria y desafiante…y cada vez más, porque a raíz del derrame cerebral, los ojos era casi lo único que podía mover. Los labios también, con unos sonidos guturales y pastosos que a nadie asustaban ya.

Con toda la calma del mundo, se giró, miró al hombre y le dijo con un tono neutro: -“Vamos a curarle la herida, Germán. Ya sabe: si le duele, dígamelo, por favor”. Él puso los ojos en blanco y emitió una especie de gemido, y ante la mirada inquisitiva de la enfermera, que todavía estaba a tres palmos de la herida, asintió con los ojos…

Mientras ella se afanaba en ser meticulosa en su trabajo, casi sin querer, empezó a pensar en la esposa e hijos, en cómo habían sufrido bajo su yugo, paralizados ante el puño elevado de ese hombre que ahora yacía en la camilla tan frágil y expuesto.

Sería tan fácil…. Presionar con esa gasa seca un poco más, resbalar la pinza en esa dirección y él sufriría un dolor fulgurante e inesperado. Ni una ínfima parte del que ella había sufrido cuando llegaba borracho a casa y la utilizaba de saco de boxeo, pero menos era nada.

Aquella justicia: “el que siembra cosecha”,…. “el que siembra cosecha” repetía como un mantra en su mente, mientras con el bisturí retiraba el tejido inservible… “el que siembra cosecha”… si con ese mismo bisturí, hiciese una leve hendidura en una arteria, tan fácil como cortar mantequilla… “el que siembra cosecha”… él estaba a su merced, tenía su vida entre sus manos…. “el que siembra cosecha”… por todas las palizas que les había dado, por todas las secuelas que les había dejado, por los años arrebatados, por todo el miedo, por todo el pánico que de manera gratuita había causado, precisamente a los que hubiera debido proteger: a los suyos…. “el que siembra cosecha”… ella podía hacerlo, podía ser el “ángel vengador” y acabar con ese despojo humano que le miraba indolente desde la camilla, apretando los labios en una sonrisa con aire de suficiencia.

Respiró hondo, relajó los hombros, levantó las manos a la vez que la cabeza y miró de frente a su paciente.

-“Bien Germán: hoy hemos terminado con la cura”- fijó un poco más la vista en esas pupilas que se iban haciendo cada vez más pequeñas y se permitió el lujo de sonreír de medio lado, mientras se ponía de pié ,quedando por encima de ese cuerpo yerto- “mañana le curaré a la misma hora, como siempre”.

 Se giró y no volvió a dedicarle ni un minuto de tiempo. Tenía que recoger todo el material, despojarse de  la “barrera” que le permitía sobrevivir a individuos como aquel.

Había aprendido hace años, que muchas veces las cosechas no son como queremos nosotros, pero que siempre que se siembran vientos, se recogen tempestades; sólo que las tempestades pueden ser rápidas como una tormenta de verano, o lentas como las lluvias monzónicas. Y que desde luego, ella no era ninguna justiciera, ni tenía ningún poder divino: ella cuidaba de él.


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