Abrí mis tripas y salió este relato, que forma parte del libro "Inventario de experiencias", realizado por Proyecto Aprehende: son 6 jóvenes con ganas de intercambiar a través de las emociones. Entre ellos, está nuestro Juan Mir, el primogénito de mi cuadrilla/racimo, que se merece esto y más. Por él, por su madre , camina Cío en esta historia.
Es difícil comenzar a escribir ciertas historias, sobre todo
las que llevas dentro, en tu ADN emocional, aprehendidas dentro, tan profundo,
que sacarlas hacia afuera resulta complicado, porque están muy arraigadas e
interiorizadas y es como si doliera al compartir. Algunos le llaman escribir
con las tripas, pero merece la pena, porque las experiencias entre más, pesan
menos, como las redes de los pescadores.
ilustración de Inventario de Experiencias |
Cío era una niña de 17 años, la mayor de tres, que vivía
despreocupada y feliz en una pequeña ciudad.
Su vivencia, hoy, años después, se vislumbra como en
imágenes sueltas o retazos de una película.
Primero, suena el
teléfono, es mamá desde la capital. “Oye, que mañana me ingresan para una
operación sin importancia, no os preocupéis, que en unos días estoy como
nueva…No, no hace falta que vengáis que va a ser rápido.” Fundido en negro.
Vuelve a sonar, es una tía con la que habla en contadas
ocasiones. “Hola bonita (voz nerviosa) ¿está tu padre?” “No, ¿qué pasa tía?”
“Nada hijita, (sonido apagado), dile a papá cuando vuelva que me llame.”
Fundido.
Cío está tumbada en el sofá viendo la TV, su padre se acerca
a ella, se sienta al lado, también están sus hermanos, y con la voz
sobrecogida, en un hilo comienza a hablar: “No sé bien cómo contaros... es mamá….
al operar han visto que hay un cáncer…invadida…UCI…mal…pocos días… ella no lo
sabe, porque se hundiría, tan vital…hay que ser fuertes…” El sonido grave y
bajo de su padre se va difuminando.
Es la primera vez que Cío nota esa sensación, como un puño
que le aprisiona la garganta, un dolor fuerte, sordo desde el pecho, que le agarra hasta hacer que
empiecen a salir lágrimas con un llanto desgarrado. Fundido.
Están en shock, aturdidos, en la puerta del gran hospital,
en la capital, con el resto de la familia. Alguien dice, que al estar en
intensivos, sólo pueden entrar dos personas durante media hora. Cío, entra,
como quien se deja llevar por una ola. Camina por un pasillo con mucha luz, a una
sala amplia, llena de máquinas, luces y pitiditos, y sobre una cama articulada
está ella,- jamás va a olvidar esa imagen-, dormida, desnuda, punto de
confluencia de un millón de sondas, tubos y catéteres,…alguien le cubre con una
sábana. La niña se siente agradecida.
Cío le coge la mano,
se la lleva a los labios para besarla, porque no hay ningún otro sitio libre ,
huele sus dedos delgados, ya no huelen a ella, a pinturas acrílicas, a óleos y
a madre; ya son del hospital y huelen a antisépticos, a iodo y a boticas. Luego
le mira y ve cómo ella abre esos ojos enormes y con la mirada, le pregunta:
“¿Qué haces aquí?”. Cío no aguanta, alguien a su lado, murmura una excusa y le
dice a Cío que salga, y ella sale, corriendo, llorando desconsolada por ese
pasillo largo y luminoso, choca con un enfermero que la abraza para aliviarle,
pero ella quiere salir de allí, de ese lugar, de esas circunstancias, de tanto
dolor que tiene…fundido.
Han pasado unos días, su madre ya ha muerto, ahora toca vivir
sin ella. Esos días han desaparecido de su biblioteca emocional, quizás porque
el recuerdo duele mucho, o puede que, para poder gestionarlo, pasa esos días
como un robot, desconectada… pero le consuela pensar que su presencia va ser de
otra manera, aunque en última instancia: va a ser.
Tiene muchos hombros para llorar, y llora, y lo va sacando
para afuera. Pasan los días, las semanas, los meses y los recuerdos empiezan a
escocer menos, y Cío los busca, y a veces sonríe rememorando tantas risas, canciones y aventuras, tantas experiencias,
tantas emociones,… se va recuperando.
Y se da cuenta que de todo se aprende, de la enfermedad y de
la muerte también. Ha madurado, puede ponerse en los zapatos de otros que
sufren, no le da vergüenza mostrar sus emociones y sabe que todo pasa. Aprende
que hasta de lo más negativo siempre brota algo positivo, siempre, y que la
vida consiste en disfrutarla y hacer que la disfruten otros, que hay que
caminar en la dirección que queramos, que podemos dar la vuelta y no pasa nada,
y que en la vida, no viene mal mirar hacia atrás para hacer balance.
Que los abrazos han
de darse con el alma, cuantos más, mejor y que es mejor no dejar en la garganta
un beso, o un te quiero, que es mejor dejarlos fluir.
Han pasado décadas, Cío es madre, y sigue teniendo presente
a su propia madre, esos ojos verdes enormes y esa vitalidad y continúa
rememorando, sonriendo, cantando, dando abrazos, aprendiendo y caminando…viviendo.
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