Hace pocos días, una compañera-pero-sin-embargo-amiga que presta sus cuidados en ese mundo tan fascinante que es el de la pediatría en atención primaria, me contaba que una mamá…
¡ Alto! un segundo, que me voy a poner glosaria:
Las mamás somos las mujeres más grandes, que escoltamos a los pequeños en la consulta, que solemos sorprender con preguntas inverosímiles y tenemos una facilidad extrema para dejar flipando a la enfermera de pediatría, a la par que aguantamos entre las manos (habitualmente dos) los mil ropajes del niño, el bolso, el juguetito, la tarjeta sanitaria y el documento de salud infantil, las toallitas y el kleenex, y ponemos cara de
que entendemos todo lo que el sanitario se afana en explicarnos.
Nuestra cabeza tiene una capacidad de giro brutal, de más de 180 grados, capacidad que se incrementa cuanto más activo es nuestro retoño. Utilizamos una jerga propia, que abusa de coletas como: “cariño, no….” “cielito, deja….” “ Fulanito, eso no….” Y solemos acordarnos en estos momentos, intensamente del donante de la otra mitad genética….
Cuando parimos, nos cesarean, o nos dan el bebé, nos brota la “mano termométrica”, que esa ya es para toda la vida (aunque nos afanamos por comprar el termómetro de última generación, que toma la temperatura del niño en 10 microsegundos, se la coge en la uña del primer dedo del pie izquierdo y tiene forma de florecita violeta).
Y también nos surge, vete tú a saber por qué mecanismo o biofeedback, la saliva-higiénica-curativa, que lo mismo te limpia un resto de chocolate de una barbilla, que te endereza un remolino en el cabello, que te cicatriza espontáneamente una rodilla (aunque después en casa, saquemos todo el arsenal, y le pongamos a la rozadurita: suerito de los mocos que sobraba, betadine, mercromina, cristalmina, agua oxigenada para rematar y la tirita del Mickey Mouse, ¡ozú!).
Las madres semos asín: nuestros nenes son los más bonitos del universo, los más salados, los más buenos y los más inteligentes. No son tan malos como algunas envidiosas se afanan en decir,… no son malos, son nerviosos o un poco hiperactivos.
Comen fatal, poquísimo, es un martirio darles de comer… a los dos días, se comen a Dios por los pies, toda comida para ellos es poca… Las mamás nos movemos mucho en esas extrañas dicotomías del blanco al negro: nos gusta, es porque tenemos una ingente capacidad de abarcamiento. Podemos con todo… y un poquito más.
Las abuelas se diferencian de las mamás porque parecen más sabias, de sabiduría popular, hacen menos preguntas que las mamás, pero más afirmaciones. No tienen vergüenza en decir que algo no les gusta, ni moderación: la vergüenza se les desaparece cuando a las madres nos sale esa mano termométrica. Son más rotundas, escuchan menos y parece que sus manos abarcan más (cuando no está la madre) o necesitan menos complementos (¡quién sabe!)
Las abuelas arreglan los problemas de sus nietos -con los que crean un vínculo de camaradería fantástico e indestructible- con comida y abrigo. Cuántas veces oímos cómo dice la abuela: “dale de comer esto o aquello (una sopita o una rosquilla, algo casero, vamos) y así se le quitarán todos los males”, o “abriga a ese hijo, que va muy destapao”, en agosto!!. A las abuelas les mola eso de echar las rebequitas por los hombros, tapar las barriguitas, poner los calcetinitos, independientemente de la temperatura externa. Les rechina que la enfermera les diga: “el niño debe llevar las mismas capas que lleva su madre”. Preguntan: “¿el sujetador y la faja cuentan como una capa o como dos?”. Son las proveedoras oficiales de camisetitas y bodys de algodón del bueno ,bueno y del perlé de toda la vida.
imagen extraida de http://yanethpoints.blogspot.com.es |
Yo me declaro, desde estos esparadrapos, admiradora ferviente de las abuelas, me encantan y fascinan, sobretodo por lo que he apuntado antes, por esa relación tan tierna, tan cómplice, especial e incondicional que se establece con sus nietos. La abuela, que otrora fué madre recta, ahora es una gamberra, a la que no le duele en prendas, el ponerse a comer a hurtadillas gominolas con el nieto, justo antes de las acelgas que hace mamá. Esas abuelas que solventan con una sopita sabrosa cualquier astenia infantil y con un arrocito con leche, que nace de la cazuela abollada en 5 minutitos, mientras le está cantando el “que llueva, que llueva” o “los cinco lobitos” al nieto de catorce años, que ha ido a por la propinilla.
Al final, creo que vamos a dejar para otro momento, lo que me contaba mi compañera-pero-sin-embargo-amiga que presta sus cuidados en ese mundo fascinante que es el de la pediatría en atención primaria.
Por cierto, que tengo otra compañera-pero-sin-embargo-amiga, que ahora está “mentalizando su carrera profesional”, a la que quiero mandar un recadito desde lo más “projundo”de mi ser : Elisita, darling, que te añoro, ¿vamos pensando en algo para poder bailar tú y yo, yo y tú, así bonito, como sólo nosotras sabemos? Nota para el lector: le propongo a Elisa preparar otra comunicación oral, la intento seducir
(enfermerísticamente hablando, ¡válgame!)
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